Por Luz María Vélez
Mi sombrilla mojaba a chorros de agua a la señora que estaba sentada en frente de mi. “Se va a enojar y me va insultar”, pensé, sin saber que esa mañana en el metro no sería yo quién saldría insultada. Hacía cinco minutos había tomado el metro en la estación Ayurá, afuera estaba cayendo una tormenta de estas que suelen caer en los últimos diciembres en Colombia, luego de subirme en el último vagón me desplacé como pude entre la gente hasta quedar de pie enfrente de una señora robusta y con cara de malhumor. Dos estaciones más tarde el vagón estaba a punto de reventar, estábamos todos encima de todos, de la forma más incómoda posible. Obligada por la situación tuve que usar ambas manos para sostenerme del pasamanos que estaba arriba de mí, y junto con mis brazos subí también la sombrilla que tenía colgando de la muñeca, lo que provocó que le chorreara toda el agua a la señora malhumorada.