Un infierno llamado aula de clases





Por ESTEFANÍA CARVAJAL


Girardota, 19 de agosto de 2011

Tablero verde, ventanas, pupitres descaradamente rayados, polvo de tiza. Risas, sonrisas, carcajadas jóvenes, vigorosas. Morrales, loncheras, cartucheras, borradores de todas las formas y tamaños, lápices de colores regados por doquier en los 45 metros cuadrados enmarcados por cuatro paredes pintadas de color crema y adornadas con la bandera y el escudo de Colombia. Álgebra, geometría, gramática, biología. Recreos, los mejores sesenta minutos de todo el día. Campanadas y timbrazos que suenan como un coro celestial en cada uno de los cuarenta oídos pertenecientes a rostros adolescentes y redondos que se alinean perfectamente en cinco columnas y ocho filas, como magistral y tradicionalmente es bien visto por la sociedad colombiana. En una de las esquinas del desproporcionado cubo, una cara larga rompe con la uniformidad de la masa gregaria.



Diego Andrés Saldarriaga tiene 16 años y cursa el décimo grado en la Institución  Educativa Manuel José Sierra, uno de los cuatro colegios públicos que hay en el casco urbano del municipio de Girardota, en el norte del Valle de Aburrá. Para Diego, levantarse todos los días a las cuatro y media de la mañana para ir al liceo se ha convertido en una tortura, y no precisamente por el hecho de que tenga que madrugar. En ese infierno que para Diego Andrés se llama salón de clases, el martirio es patrocinado por tres de sus compañeros, y acolitado por el resto del grupo. “Yo vengo al colegio normalmente, he tratado de socializar con los estudiantes, con mis compañeros; con algunos he socializado, pero hay otros con los que no”, cuenta el muchacho con timidez. “Me molestan, me tratan feo, me discriminan, me rechazan. Porque simplemente me dicen que yo soy algo raro, pero yo lo entiendo. Yo entiendo que soy algo raro y lo asumo”, concluyó.

Diego pertenece a la comunidad LGBT, sigla que aglomera a las personas con preferencias sexuales diferentes al heterosexualismo, entre las que se encuentran las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transexuales. El último informe de Colombia Diversa,  organización no gubernamental que trabaja por los derechos de los LGBT en el país, denuncia que entre 2008 y 2009 en Colombia se presentaron 127 homicidios de personas pertenecientes a esta comunidad, de los cuales 80 no cuentan con la información oficial y 26 se encuentran en etapa de investigación. El 40% de estos casos ocurrieron en el departamento de Antioquia. Diego Andrés, por su condición de homosexual, debe soportar el acoso que parte de las personas que están a su alrededor. “Yo soy una persona muy respetable, no le hago nada malo a nadie”, relata con voz quebrada el joven que está involucrado, como víctima, en un fenómeno in crescendo y al que, afortunadamente, cada vez se le presta más atención.

El psicólogo noruego Dan Olweus es el padre de la palabra bullying, que define él mismo en el 2001 de la siguiente manera:

“Decimos que un estudiante está siendo hostigado por pares o es víctima cuando otro estudiante o varios de ellos: Le dicen cosas con significados hirientes, o hacen burla de él/ella o lo/a llaman con nombres que tienen significados hirientes. Lo/a ignoran o excluyen completamente del grupo de amigos o lo dejan fuera de cosas a propósito. Lo/a golpean, patean, empujan, tumban, o lo/a encierran en un cuarto. Dicen mentiras o difunden falsos rumores sobre él/ella, o envían notas y tratan de hacer que otros estudiantes sean antipáticos con él/ella. Les hacen otras cosas hirientes. Cuando hablamos de bullying, esas acciones suceden repetidamente y es difícil para el/la estudiante agredido/a, defenderse por sí mismo. También llamamos bullying cuando se burlan repetidamente de manera hiriente de él/ella. No llamamos bullying cuando la burla es hecha de una manera amigable y juguetona. Tampoco es bullying cuando dos estudiantes de más o menos la misma fuerza discuten o pelean” (Olweus, 2001, p.6).

El fenómeno del bullying ha despertado el interés de un gran número de estudiosos del comportamiento humano. Los psicólogos intentan determinar un patrón en los casos de acoso escolar que permita establecer las características de las víctimas y de los victimarios. Aunque pueda asumirse como un cliché hollywoodense, el estudio llevado a cabo por María José Díaz Aguado, catedrática de Psicología de la Educación de la Universidad Coplutense de Madrid, asegura que por lo general los agresores suelen tener una situación social negativa, a pesar de que tienen amigos que acolitan y siguen el ritmo de la conducta violenta; suelen ser físicamente más grandes y fornidos que los demás, lo que conlleva a que tiendan a abusar de su fuerza; son impulsivos y carecen de habilidades sociales, toleran poco la frustración y difícilmente acatan las normas; su relación con los adultos es mala y el rendimiento académico es muy bajo; son poco autocríticos y el autoestima es media, e incluso alta; y tienen un vacío afectivo, consecuencia de la falta de calidez en la relación con los padres.

El Chivo, el Mono y Juan Guillermo son los victimarios de Diego. Como los tres mosqueteros, son todos para uno y uno para todos. Apasionados por el fútbol y las mujeres, estos tres muchachos son en síntesis el prototipo del colombiano joven común. Paisas, católicos y viviendo en un pueblo de tan sólo 47 mil habitantes, los chicos están cargados de prejuicios en contra de los LGBT. “Él nos incita o provoca con gestos seductores y eso nos disgusta, por eso lo molestamos”, manifestaron los agresores al psicólogo del colegio, Rigoberto Pasos, quien intervino prontamente en la solución del conflicto. “A mi me da mucha rabia que Diego diga ese tipo de cosas, porque yo no sé él qué cree, pero yo soy muy hombre”, asevera Sebastián Acevedo Jiménez, quien prefiere que le digan el Chivo.

Los cuatro compañeros firmaron una conciliación en la que los victimarios se comprometieron “a no volver a joder a Diego, ni tirarle papeles, ni decirle groserías, y respetarlo”, y la víctima prometió “no involucrarlos en mis gustos sexuales”. Sin embargo, la aparente calma que se vive en Décimo Uno desde que firmaron los compromisos se podría romper en cualquier momento. “Mire, es que la vuelta es que nosotros en el salón somos muy unidos, y si por ejemplo alguien hace algo, todo el mundo come callado”, confirma el Chivo, quien está ansioso porque llegue la final de los juegos interclases. El trío dinámico del equipo del salón relata que la mayor expresión de violencia en la institución educativa es propiciada por el deporte. “Aquí estamos en un interclases, entonces nosotros jugamos y que tales, entonces el árbitro deja calentar el partido… y nos damos. La vez pasada yo también me coloqué a pelear”, asegura Sebastián, o el Chivo, entre las risas de sus compañeros que corroboran la certeza del hecho. La problemática de las barras bravas trasciende los escenarios del fútbol profesional y se transforma en un asunto que compromete a toda la sociedad, pues se está inyectando, especialmente en las personas más jóvenes y vulnerables, la idea de que los conflictos pueden ser solucionados a través de la violencia verbal e incluso física. Lo confirma Jonathan, o el Mono, uno de los agresores de Diego, cuando manifiesta que “donde hubiera sido otro, ya le habría metido la mano”.

En la I.E Manuel José Sierra se ha adelantado un proyecto para combatir el bullying partiendo de los conflictos dentro de los núcleos familiares. Éste se puso en marcha en las ocho sedes rurales del colegio, que corresponden a la educación primaria.  “Creo que el bullying es un asunto muy común en todos los colegios”, asevera el psicólogo Rigoberto Pasos, quien piensa que es de vital importancia que se busquen métodos tanto preventivos como correctivos para solucionar este tipo de conflictos. Pasos cuenta que el proyecto ha tenido muy buenos resultados, y que se ha podido identificar que “hay alumnos que no responden a ciertos patrones de comportamiento grupal, y quieren todo el tiempo demostrar superioridad, que tienen la capacidad de ser mejores que otros y que son los más valientes”.

Según la investigación sobre violencia escolar llevada a cabo por la Universidad de los Andes, y que tiene como base una encuesta realizada en las pruebas Saber de los grados quinto y noveno del año pasado, 3 de cada 10 niños en Colombia son víctimas del maltrato por parte de sus compañeros de clase. En el grado quinto, el 29% de los niños han sido víctimas de agresiones, y otro 49% han presenciado una. En noveno los datos varían: el 14,7% de los jóvenes habían sido intimidados, el 19,6% habían sido acosados y el 56,6% de los muchachos habían presenciado intimidaciones. Ron Slaby, experto en los casos de violencia escolar en Estados Unidos, asegura que el 60 por ciento de quienes son agresores en el colegio pueden convertirse en delincuentes a los 24 años, y que el 10% de los casos que pudieron convertirse en tragedia pudieron haber sido evitados por los testigos de la agresión.

A 26 mil metros hacia el norte de la capital antioqueña, a una altura de 1.425 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura promedio de 22ºC, y sobre una tierra que se extiende por 78 kilómetros cuadrados, de la que tan solo el 2% pertenece al casco urbano y el otro 98% se reparte en 27 veredas que limitan con los municipios de Guarne, Barbosa, Copacabana, San Pedro de los Milagros, Don Matías, y San Vicente, viven casi 50 mil girardotanos y girardotanas. Aproximadamente, 13 mil del total de habitantes son jóvenes entre 14 y 26 años, y muchos de éstos estudian su bachillerato en la Institución Educativa Atanasio Girardot, otro de los cuatro colegios públicos de la cabecera municipal.

La cantidad de aviones que sobrevuelan el recinto forman toda una fuerza aérea de papel. La goma de mascar reposa pacíficamente debajo de la silla esperando algún día ser arrancada con una espátula de metal. Examen, tarea, consulta, todos los alumnos chiflan al profesor. Descanso. Balones, chucha, yo te cojo y tu quedas. No sea sapo, juega, pero entra quedando. Cancha, petos, partido, golazo, medio tiempo. Nos vemos a la salida. El vendedor de mango viche y la señora que arrastra la nevera cilíndrica de Bon Ice ansían que se de la orden de salida a los estudiantes que aguardan al otro lado de la reja. En el salón, ‘el mico’ descubre el ‘tortugazo’.

“Un tortugazo es, básicamente, cuando le sacan a uno los cuadernos del bolso, se lo voltean, y luego le meten las cosas y si sobra espacio lo rellenan con basura”, recrea verbalmente la escena Santiago Builes*, estudiante de noveno grado que confiesa haber sido autor físico e intelectual de más de un ‘tortugazo’. “A uno de mis compañeros le hicieron el ‘tortugazo’ una vez, pero creo que él no le dijo nada a la profesora”, cuenta Luisa María Acosta Orozco, alumna de grado séptimo. Luisa relata que muchas veces los estudiantes de distintos grados se pelean en los corredores durante los descansos, además de que sus compañeros de clase recurren a expresiones verbales violentas, “se dicen groserías, se llaman por apodos y se insultan”, puntualizó.

“Acá en el colegio rastreo de bullying no tenemos; sin embargo, cuando se presentan casos aislados se manejan desde acá, en psicología”, detalla la psicóloga de la I.E Atanasio Girardot, Yamile Rodríguez. En el 2010, los jóvenes de este colegio tuvieron la oportunidad de recibir una charla sobre el fenómeno del bullying “dirigida desde el lado de psicología por mí, y desde los aspectos legales por el abogado del municipio, Vladimir Jaramillo”, señala Yamile. En el Atanasio Girardot, las discrepancias y diferencias entre los alumnos se solucionan a través de un Comité de Convivencia y de contactos pedagógicos con el rector.

No obstante, la situación ha resultado ser más alarmante de lo que se esperaba. En una encuesta de nueve preguntas aplicada a uno de los grupos del grado séptimo, 12 de 35 estudiantes confesaron haber sido protagonistas de situaciones en las que maltrataron, violentaron o agredieron física o verbalmente a alguno de sus compañeros, y 21 del total de alumnos afirma haberse sentido alguna vez intimidado o agredido por alguno de los estudiantes de su curso. “Desde psicología se sabe que gran parte de las conductas agresivas que presentan los muchachos son aprendidas en el entorno familiar o en sus primeras redes de apoyo”, comenta Yamile ante los resultados de la encuesta.

Jibran Vásquez, docente de la institución, sostiene que muchos de los casos de bullying se presentan porque, académicamente, siempre hay un estudiante mejor que los demás. “A veces el hecho de que haya uno que sea el más ‘nerdito’, o sea, al que mejor le va, puede ocasionar en los otros estudiantes unos altos niveles de frustración inmanejables, entonces se van contra ese”, subraya Yamile. Libardo Echeverri, profesor de Ciencias Sociales, Economía y Política concuerda con la tesis de Jibran y agrega que tradicionalmente “la sociedad latinoamericana en la que vivimos nos acostumbró a que al árbol que más frutos da es al que más piedras se le tira, y precisamente por eso somos generadores de envidia”. En este orden, concluyen los tres educadores, el sistema educativo colombiano y el sistema social mismo en el que estamos inevitablemente sumergidos, basado en la competitividad y la productividad, es culpable de muchos de los casos de bullying y de violencia dentro de los colegios.

La última pregunta de la encuesta realizada en el grupo de grado séptimo de la Institución Educativa Atanasio Girardot, les daba a los niños la posibilidad de escribir abiertamente acerca de las causas que creían que incitaban a los estudiantes a ser promotores de la agresión de tipo bullying. Muchos coincidieron en que la raíz del problema está en la educación desde el hogar. “Por el ejemplo que se les da en la casa”, anotó uno de los estudiantes. “Falta de amor, respeto y orientación”, calculó otro. “De pronto no se sienten queridos o acompañados y se vuelven agresivos y hacen este tipo de cosas”, especificó alguno de los pupilos. Otros interpretan las causas del bullying desde un distinto punto de vista y concretan que lo que quieren los victimarios es llamar la atención. “La causa principal para mí es que quieren llamar la atención”, dijo un alumno; “por ser disque populares”, respondió otro. “Por creerse los más rudos del salón”, concretaron varios. “Lo hacen para provocar miedo y dominar el grupo”, estipuló un escolar. Algunos respondieron con el típico “No sé” y los demás acordaron que simplemente a los agresores les gusta pelear.

“Que les ponen sobrenombres. Por ejemplo, a mí me dicen ‘mico’, y a mí no me gusta que me digan así. Yo eso se lo cuento a mi papá y también me defiendo”, escribió en letra cursiva, un tanto enredada, y con lapicero rojo uno de los estudiantes de séptimo grado de la Institución Educativa Atanasio Girardot, que no vaciló en marcar una equis sobre el SI de la pregunta: “¿Te has sentido alguna vez intimidado o agredido por uno o varios compañeros?”.





* Nombre cambiado a petición de la fuente.


Leave a Reply