Por María Paula Rubiano A.
Le decían El Duende, cuenta mi padre con una mirada llena de pánico. “Ese hombre era un diablo, un demonio enviado por Satanás. Ese hombre no era hombre” dice, tratando de apartar una imagen ficticia que se crea ante sus ojos. El temor que despertaba ese narcotraficante no solo en mi padre, sino en todos los habitantes de mi país, hacían creer que si podría ser una criatura maligna, un enviado del ángel caído.