¿La fiesta brava?

"Y de repente el toro miró hacia mí. Con la inocencia
de todos los animales reflejada en los ojos, pero
también con una imploración. Era la querella
contra la injusticia inexplicable, la
súplica frente a la innecesaria crueldad".
Antonio Gala 


Por María Paula Rubiano

Hay fiestas de fiestas. Hay fiestas de cumpleaños y fiestas de fin de año. Hay fiestas con alcohol, con ‘pastas’ y con prepagos, pero también hay fiestas religiosas, con sus cantos, su baile (sentarse y pararse) y su comida, que a mi parecer, es demasiado pequeña para tanto baile y tanto canto. Sí, hay fiestas para celebrar el nacimiento, el dios dinero, el dios cristiano. Son celebraciones que aunque no disfruto, acepto, porque los que van es porque quieren y especialmente, porque se reúnen para encontrarse -así sea en la superficialidad- y su objetivo principal no es hacerle daño a nadie. Aunque claro, no respondo por la salud mental de un niñito en la iglesia.

Por eso me pregunta de dónde se sacó el calificativo “Fiesta Brava” a un acto claro y directo de tortura. ¿Fiesta? me pregunto, ¿y exactamente qué están celebrando? ¿Celebran la muerte de un animal inocente, o la tortura a la que es sometido antes de ella? ¿Celebran el sufrimiento animal, o el gozo que este les hace sentir? ¿Celebran las condiciones de desigualdad entre el hombre y el toro, o celebran el elitismo al que está sujeta esta actividad?

Ninguno de los anteriores me parece un motivo digno, noble o ético para celebrar. La muerte de un ser inocente no puede ni debe ser motivo de celebración, pues este individuo, que puede ser un toro o un bebe, no está en la capacidad de decir ¡Basta!¡No quiero morir!. Si se reflexiona porqué matar un toro no nos escandaliza tanto como matar a una cría humana, encontraremos que la única diferencia radica en unos cuantos cromosomas.

Y es por esto que la tortura de un toro en una plaza pública es un acto tan deplorable como la tortura de un perro por parte de la Fuerza Pública. Concebir la tauromaquia como una fiesta, es concebir la reunión de un grupo de personas alrededor de un ser viviente –un perro, un gato o cualquier otro animal con tronco encefálico- con el único fin de presenciar una muerte lenta, y vitorear a aquel ser vivo cuando intenta defenderse a pesar de las torturas infligidas previamente: Antes de la corrida se encierra al toro en un cajón oscuro (chiquero), lo que tiene el efecto de aterrorizarlo. Cuando lo sueltan y antes de que llegue al ruedo le clavan el primer arpón de puntas aceradas (divisa). Un acto así sólo podría pensarse e una civilización donde aun no haya sido comprobado el funcionamiento biológico de los animales, principalmente su sistema nervioso. Cómo la nuestra no tiene esas condiciones, este acto cae en lo sádico, en lo perverso.

Es perverso porque causa daña intencionalmente, ya que hoy está comprobado el extremo sufrimiento al cual se ve sometido un toro en una corrida. Y es sádico porque implica un gozo, una alegría, una satisfacción al presenciar ese dolor. La conducta de las personas en una plaza de toros, es la de una masa sádica y desenfrenada, empeñada en su propio placer. Hedonismo puro. Si se piensa un poco, igual a un depravado sexual.

Y si se piensa un poco más allá, este acto cruel, esta mal llamada “fiesta”, refuerza las relaciones que la especie humana ha establecido con la naturaleza, y que asimismo ha establecido entre sus miembros. Este acto donde el toro se convierte en objeto de dominación, en un juguete para la diversión de la masa, es solo un reflejo de la concepción que tienen muchos sobre la naturaleza: que nos pertenece por ser hablantes y estar en la cima de la cadena, que podemos disponer de ella ya que solo es un conjunto de cosas que sientan o no, no merecen vivir tanto como nosotros, porque somos superiores. Nos sentimos ajenos al conjunto en el que solo somos una pieza más, un animal más. Y por eso lo moldeamos, lo consumimos y lo destruimos como si no fuera parte de nosotros mismos. Por eso asesinamos al toro brutalmente como si no fuera nuestro igual.

Y por eso también las corridas celebran la ‘superioridad’ tácita de unos hombres frente a otros. Asistir a las corridas significa estar en círculos cercanos al poder, a la clase que puede costearse una entrada. Es una reproducción del modelo social en donde hay relaciones verticales de poder, este concebido como objeto y no como construcción social. Las corridas lo único que refuerzan es la definición clara de la élite, de sus costumbres, de sus relaciones entre ellos y con otros.

Así que la denominación de “fiesta”  es imprecisa desde mi concepción del mundo y la sociedad. Más que imprecisa, es incorrecta. Tiendo a desconfiar profundamente de quienes disfrutan viendo morir a otros. De hecho, así como ellos niegan la posibilidad de dolor de un toro, yo tiendo a negar la salud mental de cualquiera que piense así. El problema es que entre ellos y yo, no son unos cuantos cromosomas lo que nos separa. 

Leave a Reply