No hay retórica que pueda con la inconformidad de miles

Me acabo de bañar, la ropa me olía gases lacrimógenos. Mientras me quitaba la camiseta con ese aroma ácido, recordaba la ira que acompañaban nuestros pasos esta tarde, cuando en plena movilización de los estudiantes en Medellín el Esmad nos atacó, porque ¿Cómo más se puede llamar a que nos cercaran con tanquetas y comenzaran a tirarnos gases sin motivo alguno? “Quieren dividirnos”: fue lo primero que pensé. El ataque del Esmad fue justo en medio de la marcha, cuando nos acercábamos a nuestro destino final, en el barrio Villa Hermosa. 

Minutos después confirmaría mis sospechas, la aparición del Esmad fue estratégica pues la marcha quedo dividida entre “los de adelante” y “los de atrás”. “Los de atrás” quisimos continuar la marcha, demostrando que no había razones para violentarnos. Comenzamos a avanzar con las manos en alto, aplaudiendo, con esas ganas de demostrarle a la ciudad, al país, a la sociedad, que queremos una educación pública y de calidad y que estábamos ahí para exigirla. ¿Qué recibimos? Más gases. Mis recuerdos de esta parte del día son especialmente fuertes: el personal de derechos humanos nos indicaba por donde podíamos seguir para evitar agravar las cosas, todos corrimos  en esa dirección y cuando menos pensamos el Esmad venía de frente. “¡Devolvámonos!” grité, regresamos como pudimos y fuimos a dar una cuadra más allá,  con otros cientos de estudiantes.

Intento pensar que la situación “no fue tan grave”, pero inmediatamente me doy cuenta que es un absurdo ¿Cómo no va a ser grave que el gobierno sabotee la movilizaciones estudiantiles? ¿Cómo no va a ser grave que un grupo de personas agredan con tanta violencia y barbarie, casi como bestias, a los estudiantes que exigimos un modelo educativo construido por y para la sociedad? ¿Cómo no va a ser grave que además esas personas tengan el aval para tratarnos así? Es grave, es espantosamente grave.

Después de los sucesos un grupo de estudiantes de “los de adelante” lograron continuar la marcha y desviarla hasta llegar a la Alpujarra, muchos otros nos fuimos porque al estar tan disueltos éramos vulnerables a otro ataque, además, el lugar en el que estábamos propiciaba para  que nos rodearanuna vez más. 

200.000 personas en Bogotá…  miles en Medellín, Cali, Tolima, Bucaramanga, Pasto, Barranquilla y otras ciudades… en total más de 2 millones de personas hoy salimos a las calles a decir que no aceptamos la reforma a la ley 30 de 1992 que pasó al Senado el pasado 3 de octubre,; salimos a decir que queremos construir desde la base de la sociedad una educación pública y de calidad, que no creemos en las promesas oportunistas del presidente: que sabemos lo que queremos y por lo que estamos luchando. ¿Y el paro? Este sábado hay reunión extraordinaria de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, donde alrededor de 1.500 estudiantes debatirán sobre las declaraciones de Santos y el rumbo que tomará este movimiento que recién va tomando forma. Los estudiantes de la Universidad Pedagógica de Bogotá y el Tecnológico de Pereira declararon que no aceptarían levantar el paro pues de ninguna  forma hay garantías para un diálogo con el gobierno ¡Vaya verdad! ¿Qué diálogo va a haber cuando el mismo gobierno hace todo por sabotear las marchas de los estudiantes? Perdón, las marchas de la sociedad, porque hoy había madres, profesores, organizaciones sociales, sindicatos… no solo estudiantes.

Sigo recordando los pasos y la ira, el ardor en la cara y la lluvia. Cuando creía que ya nada podía ser más absurdo llegué a casa y me encontré con un video de Fransisco Santos diciendo que el presidente era muy débil con los estudiantes, que había que innovar en las armas para controlarlos, y proponía entonces  hacernos “descargas de voltios,  así los muchachos caen, los recogen, los arrestan y se los llevan por interferir en una vía pública”… reevalué mis conceptos de “absurdo”, esto superaba todo.

Este día se acaba, la camiseta que antiguamente olía a ácido ya está lavada y extendida en algún alambre, secándose con la luna llena. Es verdad que recuerdo el estruendo de los gases y las papas, los gritos, la lluvia que seguía… Pero también recuerdo la papayera y los muchachos en zancos que iban haciendo piruetas, recuerdo la fiesta en la que estábamos mientras marchábamos por Medellín con esas ganas de trasformación social, recuerdo la abuelita asomada a la ventana aplaudiendo y cantanto “soy estudiante”, recuerdo las toallas agitándose en los edificios, y recuerdo sobretodo las sonrisas de todos los que iban a mi lado, caminando con esa alegría, con esa seguridad de que sí es posible un cambio. Antes de irme a dormir  leo de nuevo en Twitter una frase que me caló en el alma: “No hay retórica que pueda con la inconformidad de miles”.

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