Y usted ¿Cuántos burros conoce?

Por Luz María Vélez


Cuando yo tenía 15 años un hombre que siempre vi tirado en una acera cerca a mi casa, pero que no conocía muy bien, me regaló una caja repleta de libros que se había encontrado reciclando. Moby Dick, Maria y El Quijote venían en la caja. Un hombre tenaz y honesto, un hombre de la calle. Este es Germán.


Y usted ¿Cuántos burros conoce?

Nació hace 37 años en la cocina de su casa, en Envigado, Antioquia. Hermano menor de los tres hijos del matrimonio de José Hoyos y Cecilia Restrepo, Germán Hoyos Restrepo es un hombre de estatura media, piel morena, de delgadez esquelética y un amplio bigote. Hoy es uno de esos fantasmas que viven en las calles, mugrientos, amenazantes y solitarios.

De niño nunca fue un problema, su familia, de clase media, sobrevivía con los ingresos del padre carpintero, y su madre se dedicó a cuidar de los tres hijos y a ser colaboradora fiel de la parroquia del barrio donde vivieron toda la vida, Las Flores. Germán solo estudió hasta 5to primaria porque sus padres no pudieron mandarlo más a la escuela por dificultades económicas, lo que le ganó el apodo de “el burro”. “Yo no estudié casi y eso siempre fue una desventaja en mi contra, cuando mi papá se quedó sin plata mi hermana Maria Helena y mi hermano Rodolfo ya habían terminado bachillerato y podían conseguir trabajo fácil, yo quedé como tirao' y por eso me descarrilé,”.

El niño Germán pasó entonces los años jugando con los vecinos, ayudando a su papá de vez en cuando, y viendo como sus hermanos trabajaban y hacían su vida poco a poco. A la edad de 16 años conoció la que según él fue su amiga fiel: la marihuana. “Yo era un pelao solo, no me llevaba muy bien con mi hermano y mi papá vivía teniendo problemas conmigo. Un día llegaron al barrio unos amigos de un vecino y me dieron un cigarrillo que era dizque nuevo, yo lo probé, me encantó, era marihuana pero yo no supe hasta mucho después”.

Para cuando Germán tuvo 17 años ya era el centro de problemas de su familia. Su hermano Rodolfo ya se había casado y su hermana Maria Helena trabajaba de secretaria y ganaba buen sueldo, él era el único que en vez de trabajar se pasaba las horas encerrado fumando marihuana, o en la calle consiguiéndola. “Uno tan joven no sabía lo que hacía, yo pedí trabajo en todas partes y no me aceptaban que porque no era estudiado. Hasta quise ser barrendero y no me dejaron porque no sabía leer muy bien (…) Despuecito de probar la maricha no tardé mucho en probar otras cosas, metí bazuco, pepas..”.

La historia del joven drogadicto se hubiese quedado ahí si no hubiese sido porque su padre murió cuando el tenía 23 años, en el mismo mes en el que su hermana Maria Helena se fue a vivir a Neiva con su nuevo esposo, haciendo que Germán quedara solo en su casa con su madre durante los 5 años siguientes, donde finalmente un cáncer de colón se llevó también a su mamá. Germán pasó entonces a ser hombre solitario, vicioso y pobre. “Cuando mi mamá vivía yo no tenía como mantenerla a ella, yo solo sabía meter droga, mejor dicho ella no tenía como mantenerme a mi. Y cuando me quedé solo en la casa creí que iba a poder vivir tranquilo... hasta ese día que me desalojaron”.

Alfonso Ramirez es el dueño de la tienda que queda en frente de la que fue la casa de Germán, asegura que él “siempre fue un problema para su familia, pero en el fondo no es una mala persona, solo que no tuvo las oportunidades necesarias”. Una tarde del 2003 llegó la policía a la casa de Germán, le dijeron que su hermano Rodolfo había hecho un préstamo hipotecando la casa, que incumplió la deuda y que ahora la casa era propiedad de un banco. “Todos en el barrio lloramos el día que desalojaron a el Burro, de la casa no sacaron sino un colchón y muchas cajas de cartón, que era con lo que el vivía, del reciclaje” dice Alfonso, recordando que una vez que la policía se fue y selló la casa, Germán quedó desorientado en la acera, sentado llorando como un bebé.

Ahí empezó la historia callejera de ese hombre de mirada simple, “comencé a dormir en las aceras del barrio, con unas cobijas que me regaló la gente, y como ya no tenía ni para comer tampoco tuve para la droga y me tocó dejarla. (…) Fue muy duro, me rehabilité por obligación ¡y sin tener que ir a ninguno de esos centros de ricos donde enseñan a vivir sin drogas!” Dice riendo enérgicamente.

Germán lleva 9 años de su vida sin tener nada. Pasa los ratos revendiendo pedazos de madera y bultos de cartón cuando la gente le regala, come día de por medio y casi nunca se baña.
Nueve años en esto... ya, esta es mi vida. Mis hermanos nunca me buscaron ni yo los pude buscar a ellos, a uno tan esquelético nadie le da trabajo y como antes fui adicto desconfían de uno. (…) La calle es tan dura, yo he dormido con ratas debajo del puente de la canalización, me he chupado todos los aguaceros que usted se imagine, no tengo ningún amigo... es que hasta a la gente le da asco sentarse a conversar con uno”.

Si algo ha conservado Germán con el paso de los años es su temperamento luchador y silencioso. Esther es una anciana que vive en la cuadra donde Germán vivía y dice que “él siempre ha tenido dignidad, nunca ha sido ladrón y aunque de pelao' le dio por fumar pues ya dejó eso hace tiempo. Yo misma le intenté ayudar a trabajar, le prestaba los vestidos de mis hijos y me iba con el a pedir trabajo y nada, nadie le ayudó.” Doña Esther es la misma que de vez en cuando le presta la ducha a Germán para que se se de un baño y le da aguapanela con pan.

Hoy Germán sigue viviendo en la calle. Cuando los recicladores organizados lo amenazan de que si sigue reciclando lo van a matar, él se ofrece por ahí para lavar carros o aceras, o se va a pedir salchichón a las tiendas para repartirlo a los perros de la calle, pues otro aspecto de su personalidad deja ver una sensibilidad casi femenina con los animales, un amor de novela, “¿quienes son los únicos que no les da asco acercarse a uno? Los animales, y como yo sé que es aguantar hambre y no poder decírselo a nadie, los entiendo y les doy lo que me regalen en arroz o sobrados en los restaurantes. Hasta le conseguí casa a dos gatos un día ¡Que verriondera, uno consiguiendo casa pa' otros cuando no tiene ni la de uno!”.

Encontrar a Germán es muy sencillo, está casi en todos lados. En todas las ciudades donde el dinero sea el sistema reinante esta Germán, sentado en una acera con la mirada perdida, los pies descalzos, el intestino vacío, la vida sin oportunidades y el corazón sin un amigo. Él me regaló unos libros hace años, y usted ¿cuántos burros conoce?.





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