El poblado: hombres verdes, hombres grises

Una de las casas del barrio El Garabato, en la comuna 14, El Poblado
Por Maria Paula Rubiano

Medellín, 7 de junio de 2011

La comuna 14, conocida como El Poblado, se encuentra ubicada al sur oriente del Valle de Aburrá y es hoy la única de Medellín en donde existe el estrato socioeconómico más alto al que una persona puede pertenecer. Es en esta comuna donde se da la mayor parte del desarrollo financiero y comercial de la ciudad. A pesar de esto, existen aún en El Poblado caseríos de estrato 2 y 3, pertenecientes a nativos, hijos de campesinos, jornaleros y albañiles, que hoy luchan por no ahogarse entre un mar de edificios y centros comerciales.

Primero, cabe aclarar que El Poblado ha estado históricamente divido en tres partes: el de las planicies, que comprende desde el sector del Parque Lleras hasta el río Medellín; el sector de Las Lomas, que comprende desde el sector del Lleras hasta la transversal superior; y el sector rural o Los Altos, que comprende aquellos terrenos más arriba de la transversal superior, y que poco a poco ha dejado de ser rural, para integrarse a la dinámica citadina. Es en el sector de Las Lomas donde se encuentran aquellos pobladoreños nativos que se resisten a abandonar los terrenos donde sus antepasados construyeron sus vidas, hace ya varios siglos.

Y es que la historia de El Poblado no es tan reciente como se cree. La zona  es mencionada en documentos oficiales desde 1616, cuando Don Francisco Herrera Campuzano lo nombra resguardo con el nombre de El Poblado de San Lorenzo de Aburrá. Más tarde, en 1781 se le nombra como pedenía de El Aguacatal, y en 1865 se convierte en corregimiento con su nombre actual: El Poblado. En esta época, El Poblado de la planincie era el lugar para vacacionar de las familias más pudientes de la ciudad de Medellín. Allí, a finales del siglo XVIII, se dinamizó la vida económica con la realización de mercados semanales en el Parque del Poblado, en los primeros 30 años del siglo XX se construyeron los primeros acueductos, se instalaron las primeras líneas telefónicas y se construyó la estación Poblado del Ferrocarril de Amagá. Además, se dio la llegada de grandes fábricas en los ‘20 y se electrificaron las viviendas a principios de los ‘30, década en la cual surgió el primer barrio residencial del sector –El Lleras-, como producto de las migraciones de los ricos hacia esta parte, huyendo del deterioro en el cual fue cayendo Prado Centro, su lugar de vivienda original. Ya a mediados de siglo, la urbanización es completa: mediante el Acuerdo no. 85 de 1945 del Concejo de Medellín, El Poblado es incluido definitivamente al área del perímetro urbano de la capital antioqueña.

Esta es la historia del Poblado histórico, pero también existe otro Poblado, el de Las Lomas y Los Altos. Éste fue originalmente habitado por unas pocas familias de extracción campesina, lo que generó que no se organizaran en viviendas individuales, sino en caseríos, donde todos eran parientes. Fue así como surgieron la Loma de Los Parra y  la de Los Gonzáles, y además El Garabato. Estos campesinos ejercían también como albañiles, jardineros, mayordomos y empleadas de las fincas en la parte baja de El Poblado. La vida para ellos era difícil, no había servicios públicos, los caminos eran de herradura, no había escuelas ni parroquias. Y es precisamente por esa precariedad en las condiciones de vida que la organización comunitaria fue fundamental para los habitantes de Las Lomas.

Los habitantes de Los Gonzáles construyeron un alcantarillado comunal, que conservan, a pesar de que hoy cuentan también con el servicio de acueducto de las Empresas Públicas. Edificaron, además, la cancha deportiva, la escuela, las calles y la sede comunal. Caso similar es de la Loma de Los Parras. Pero no sólo los problemas unían a la comunidad: todas las personas de Las Lomas –sin importar si eran de El Garabato, Los Parras, o Los Gonzales- participaban en las celebraciones de diciembre, los cumpleaños, y las demás festividades. Más adelante, en la segunda mitad del siglo XX, el deporte, representado en los equipos de fútbol, fue una nueva excusa para unir a los habitantes nativos de este sector de la ciudad.

Otro aspecto importante de los habitantes de Las Lomas, como dice Jaime Andrés Peralta en su libro “Los Paisajes que han tejido nuestra historia: evolución histórica del entorno ambiental y social del Poblado”, es que desde el comienzo la naturaleza ha estado atada a sus experiencias de vida. La tierra, sus árboles, animales y quebradas, tenían para esos primeros pobladores un valor incalculable.

Hoy, El Poblado – tanto de planicie como de Las Lomas y Los Altos- ha cambiado en muchos aspectos. A partir de los años setenta la construcción de viviendas en urbanizaciones cerradas y edificios ha reducido considerablemente las zonas verdes de la comuna, y además ha aumentado su número de habitantes, que en 2007 representaba el 4,57% (110.509 personas) de los habitantes de la ciudad. Además, según datos del Plan de Desarrollo de la comuna, los estratos predominantes son el 5 (24,27%)  y el 6 (68,78%), siguiendo el 4 con un 4.87% de la población de la comuna, y por último, se encuentran los estratos 2 y 3 con un 0.84% y un 1.75%, respectivamente, oponiéndose a la predominancia de las clases campesinas pobres que originalmente habitaban allí. Además, con la “Milla de Oro”, El Poblado se ha convertido en el centro financiero y de desarrollo económico de la ciudad, aumentando esa visión de riqueza y lujo –que el narcotráfico también alimentó en su momento- en los imaginarios colectivos de la ciudadanía.

Pero aun así, hoy se conservan incrustados entre los edificios y las urbanizaciones cerradas, restos de aquellos caseríos que alguna vez fueron los únicos asentamientos humanos en el sur oriente del valle de Aburrá. Y en estos caseríos, su gente aún conserva casi intacto ese sentir de progreso en comunidad y de amor a la tierra.

Una de estas personas es María Nelly Gonzáles, habitante desde hace 79 años –su edad- de “El Morro”, como se le conoce a la parte alta de la Loma de Los Gonzáles. María Nelly vive en la cúspide de un caserío que, a excepción de dos familias, está habitado exclusivamente por miembros de su familia: hijos, sobrinos, nietos y hermanos. A la casa de Nelly hay que llegar a pie, pues las calles son tan estrechas y empinadas que es imposible acceder en carro.  Su casa, la segunda construida en el barrio, se ubica sobre un terreno que su papá, Benedito Gonzáles, le vendió a su marido, Luis Eduardo Calle Jaramillo, quien gracias a su conocimientos como albañil construyó el hogar donde seguiría viviendo 60 años después. En esta casita de techo bajo hecho de madera oscura, con 3 piezas, un pequeño patio, una cocina abarrotada de trastes, una sala con el equipo que sacan en diciembre “porque como en esos días no puede venir la policía a hacer callar la bulla”, una pieza de ropas y un corredor frontal, como el de las fincas quindianas; María Nelly y su esposo criaron a sus siete hijos, dos de los cuales (Raúl y William) aún viven con ellos. Cabe aclarar que Nelly tuvo nueve hijos, sólo que dos de ellos, una niña y un niño, murieron, la primera a los seis días de nacida, y el segundo por un aborto espontáneo. A pesar de estas tristezas, Nelly se muestra alegre, y su rostro, con muchas arrugas menos de las que se espera de una persona de su edad, es prueba de una vida bien vivida.

Como habitante antigua del barrio, cuenta que la urbanización de la Loma de los Gonzáles comenzó con la parcelación, que por necesidad en muchos casos, debieron comenzar a hacer los habitantes nativos del sector. Después, con la venta de las grandes fincas a las constructoras tras la muerte de los dueños originales, el cambio del paisaje fue drástico, pues ya no se construyeron más casas individuales, sino urbanizaciones “de ricos”. Sin embargo, este caserío, al encontrarse aislado de la grandes vías y construido casi verticalmente, parece encontrase en un pueblo antioqueño, pues aunque a veces el ruido de la champeta de los del Popular –una de las familias no nativas- interrumpe el apacible sonido barrial, predominan el canto de los gallos, el cacareo de las gallinas, el sonido rasgado de las alas de una paloma volando, y el freír de la carne a la hora del almuerzo.

Barrio El Garabato, comuna 14 de Medellín
Con las puertas de la casa siempre abiertas entran y salen personas –casi todas sobrepasan los 50 años de edad- en busca de una conversación, un plátano verde o un poco de agua de maíz –sí, Nelly aún prepara la masa para las arepas que naturalmente, ella moldea-. Este espíritu de barrio, de vecinos, se explica por sus nexos familiares, pero también por ese espíritu de solidaridad que ha predominado en los habitantes originales de las Lomas.

La temprana creación de la Junta de Acción Comunal en 1959 da prueba de ello. Y el hecho de que al poco tiempo se dieran procesos similares en los barrios vecinos tampoco representa una sorpresa. Sobre la Junta de Acción Comunal (JAC), Nelly dice que “no hemos (su esposo y ella) llegado a faltar a la Acción Comunal ¡Ni riesgo! No hemos llegado a faltar ni un solo día”. Dice además que “últimamente está marchando mejor. Hay más entusiasmo, porque depende de la gente que esté manejando la Acción Comunal”. Y precisamente el presidente de la JAC de Los Gonzáles, Orlando Arenas, dice que la necesidad de un relevo generacional que conociera las necesidades de la gente en la JAC de su barrio, fue lo que lo motivó para lanzarse como candidato a la presidencia de la Junta de Acción Comunal de Los Gonzáles.

Por otra parte, Hilda Inés Escobar, presidenta de la JAC de El Garabato, dice que su unión a la JAC fue por su cualidad de líder innata y por la necesidad de legitimar de nuevo la Junta de Acción Comunal de su barrio, ya que ésta había sido sancionada por no tener las 75 personas que como mínimo deben conformar estas organizaciones civiles sin ánimo de lucro, que se dedican a sumar esfuerzos y recursos para solucionar las necesidades de la comunidad y promover la participación ciudadana.

En el Poblado existen nueve Juntas de Acción Comunal, cuyos líderes se reúnen todos los lunes en el segundo piso de una casa al lado del Éxito Vecino del Parque Lleras. Allí discuten sobre los diferentes problemas de las comunidades que representan, los cuales son, como dice Hilda Inés “iguales a los de las otras comunas: salud y educación”. Sin embargo, ella y el presidente de Los Gonzáles (Orlando Arenas), El Tesoro La Ye (María Eugenia Mesa), San Lucas (John Jairo Arango) y Poblado Centro (Amparo Gaviria), se ponen de acuerdo en decir que los problemas de seguridad, falta de espacios públicos para la recreación, movilidad, contaminación ambiental y transporte público son comunes a todos los estratos de sus respectivos barrios. Pero, a pesar de esto, no se ha logrado una integración entre los estratos más altos y los bajos, pues dice Hilda que “no es tanto un problema de estratos. Es un problema de humanidad. Pues en la actualidad, el único fin del ser humano es tener, tener y tener. Y para esto hay que trabajar, trabajar y trabajar. Entonces, (la gente piensa) a mí no me importa nadie”. Por su parte, Amparo Gaviria dice que “los habitantes de las urbanizaciones son totalmente indiferentes de lo que pasa su alrededor. Son individualistas, muchas veces no saben ni cómo se llama el vecino”. Coinciden los presidentes en que la única relación que existe con estos estratos es de interés, pues participan solo cuando los problemas los afectan directamente. “Ahí si hay Acción Comunal”, afirma Hilda, quien añade que “a pesar de todo, ellos reconocen el poder y la autoridad de las JAC”.

Este poder y autoridad, se debe también al trabajo conjunto que han tenido las JAC con otras organizaciones cívicas, como la Mesa de Salud, la Ambiental, y especialmente el Comité de la Zona Rosa, un claro ejemplo de que puede existir una relación saludable entre el desarrollo económico y social. Las JAC también se relacionan con la Junta Administradora Local, JAL, que es una “corporación pública, órgano integrante del Estado, conformado por un número de personas elegidas por votación popular. Constituye un canal a través del cual se hacen llegar las necesidades de la comunidad a la Administración Municipal”. Esta relación resulta tan estrecha, que Amparo Gaviria, es a la vez edil y presidenta de Acción Comunal de Poblado Centro.

Todas estas relaciones, y los proyectos logrados por Presupuesto Participativo, han consolidado las Junta de Acción Comunal como una parte vital de aquellos “pobladoreños nativos”. Sin excepción, Nelly y otros entrevistados de los barrios de El Garabato y Los Gonzáles, respondieron sin chistar que las JAC son “muy buenas”. Tampoco vacilaron en afirmar que la gente de las urbanizaciones, con contadas excepciones, no se involucra “pues cada quién vive en su mundo”, como afirma Marta Cecilia Gonzáles, sobrina de Nelly.

Este comportamiento es explicado por Marco Antonio Vélez, profesor de sociología de la Universidad de Antioquia, como lógico, pues “la aparición de estas nuevas formas de poblar el territorio, fragmenta mucho más los intereses, fragmenta las sociedades, individualiza a las personas y hace más difícil que se den procesos coherentes y consistentes de participación […]”. Otro factor que dificulta esta integración es según Vélez, “la cuestión del estatus, en dónde cada uno se siente competidor con el otro y no solidario con el otro”, cosa que no ocurre en los estratos bajos pues  “por sus condiciones de vida, es evidente la necesidad de estos del mutualismo, del apoyarse, de ese ser colectivo para poder defenderse”. Para cambiar esta situación, dice Marco Antonio, “tendrían que darse procesos de politización, de hacer conciencia de organizarse como colectivo, […] o como resultado de la afectación de unos intereses comunes (como efectivamente ocurre)”.

Junta de Acción Comunal de la comuna 14 o El Poblado
Es así como hoy El Poblado se convierte en un escenario de dualidades: lo rural que se opone a lo urbano, lo rico a lo pobre, lo nativo a lo extraño, lo comunitario a lo individual. Estas relaciones de opuestos generan un territorio fragmentado, donde la sociedad de consumo trata de engullir a la tradición, trata de invisibilizarla, construyendo muros, o de cemento y ladrillos, para no tener que lidiar con ese terrible inconveniente que representan los pobres; o de silencios, para no tener que lidiar con otro ser humano. La artificialización, tanto del terreno como de las personas, avanza inexorable en la Comuna 14. Pero aún resisten, naufragando en mareas de cemento,  terruños y gente natural, que como en el cuento de Roald Dahl, “Momo”, se oponen al avance implacable y maquinado de los temibles hombres grises.

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