Una mujer atípica, pero real



Por MARIA PAULA RUBIANO

Medellín, junio 22 de 2011

“Todo en mi vida ha sido totalmente atípico”, dice Fabiola Lalinde con una convicción absoluta. Y al escuchar el relato de su vida, esta afirmación se convierte en una verdad indiscutible. “La vida lo pone a uno a hacer cosas que jamás imaginó… Aunque se lo hubieran dicho los profetas del Antiguo Testamento, uno nunca lo hubiera creído”, afirma. Ésta, la hija menor de un finquero, recibió la Distinción Gran Defensor de los Derechos Humanos Jesús María Valle Jaramillo, otorgada por el Concejo de Medellín a aquellas personas e instituciones que luchan constantemente por la defensa de los Derechos Humanos. Por su lucha de 4 mil 428 días contra el Estado colombiano recibió este reconocimiento. Increíble, pero cierto.
Fabiola Lalinde nació en una familia “de modo” que habitaba en el municipio de Belalcázar en el Viejo Caldas. “De modo” explica Fabiola,  era “no ser millonario pero tampoco pobre”.  Esta condición económica permitió al padre de Fabiola enviar a cada una de sus cuatro hijas a estudiar a Medellín, una vez terminaran su bachillerato en el colegio de las monjas de La Presentación en Manizalesa donde Fabiola llegó un año después de su nacimiento en la finca familiar.
Su nombre, “Fabiola”, lo sacó su madre de un libro sobre la vida de una mártir, sin sospechar que algo de esta se cumpliría en su propia hija: “Me pusieron nombre de mártir y me tocó vivir la persecución también”, dice. Su padre fue un liberal extremo al que ella recuerda con ternura y admiración, y del cual dice sacó su carácter independiente, persistente y lleno de humor satírico. Su madre fue una conservadora como las de aquella época en muchos sentidos (su devoción religiosa, por ejemplo), pero muy diferente en otros. Ella era maestra, y “estaba obsesionada con que los campesinos supieran leer y escribir”, cuenta Fabiola. Una mujer educada, y empeñada en educar a los demás, no era algo común en la primera mitad del siglo XX y mucho menos si pertenecía al Partido Conservador.
A pesar de las diferencias ideológicas, Fabiola cuenta que sus padres se respetaron toda la vida. La preocupación de su madre porque su papá fuera liberal es un recuerdo claro de Fabiola, pues en sus palabras “en esa época ser liberal era ser comunista”. Y ser comunista en este país es ser un objetivo militar para el Estado, como dolorosamente lo comprobó mucho tiempo después. Fabiola, una niña a punto de realizar su primera comunión, tuvo que regresar a vivir en la finca donde nació y ver las clases de colegio con su mamá como maestra, porque su padre no podía volver a Belalcázar, debido a la chusma conservadora. En esos dos años en la finca transcurrió la parte de su infancia que dice,la marcó para toda la vida, pues en esta etapa aprendió y conoció cosas que evocaría y usaría más tarde. Gracias a su padre aprendió a hacer recortes de prensa y dossiers, actividad que le permitiría conservar en la memoria el horror de un crimen, la tristeza pero también la persistencia de una madre que busca a su hijo desaparecido. Fue en su niñez cuando conoció al cirirí, un pequeño pájaro de pecho amarillo que perseguía a los gavilanes hasta que estos, cansados de la insistencia de la pequeña ave, le devolvían sus polluelos. Muchos años después, el cirirí se convertiría para ella en el símbolo de su propia lucha para recuperar a su polluelo.
Fabiola regresó una vez más a Manizales, dónde cursó parte de la primaria y todo el bachillerato. Cuando ella tenía 15 años, su madre murió de cáncer. Fue tan duro este golpe para ella, que se atrasó un año escolar y en sus palabras “casi me voy yo con mi mamá”. Fabiola dice que logró superar esta crisis gracias a su hermana y a su padre, quienes la apoyaron incondicionalmente.
Al terminar el bachillerato Fabiola viajó a Medellín en dónde conoció a su primo y futuro esposo Fernando Lalinde. “Siempre estábamos juntos en la finca, como primos. Yo me di cuenta por una hermana mía que Fernando Lalinde me quería, ni siquiera había ese romance como en todos los noviazgos…Yo digo que el noviazgo empezaría el día que compramos las argollas”. Pero a pesar de que en esos paseos a las fincas su empatía era muy grande, en la vida matrimonial las cosas fueron distintas. Tan distintas, que este matrimonio solo duro cinco años y medio y cuando en 1962 Fernando Lalinde se va de la casa, deja a Fabiola con 4 hijos, el menor de ellos con 38 días de nacido. Comienza entonces un traumático período en su vida, en el que atraviesa múltiples dificultades económicas, pues una madre cabeza de familia en esa época, era algo socialmente inaceptable, socialmente atípico. “Cuando nos fuimos a vivir a Santa Mónica… a pesar de haber quedado con la herencia de mi mamá que nos dio cierta estabilidad…por malos negocios y otras cosas nos fuimos quedando sin nada. Eso también fue un golpe para mí porque yo nunca había tenido necesidades”, dice. Pero a pesar de las adversidades, al mismo tiempo que trabajaba en la cadena de almacenes LEY, Fabiola realizó una tecnología en comparación social y recreación dirigida en la Asociación del Voluntariado, ADEVOL, la cual finalizó en 1967, año en el que también legalizó su separación. Comenzó entonces un período de estabilidad en la vida de la familia Lalinde, pero esta estabilidad solo sería la antesala a una pesadilla que más tarde se convertiría en una lucha por la justicia, la cual hasta ahora continúa.
Cuando salió de su casa en Santa Mónica el 2 de octubre de 1984, a Luis Fernando Lalinde Lalinde, el mayor de sus hijos, solo le faltaban dos meses para graduarse de sociología en la Universidad Autónoma Latinoamericana. Luis Fernando regresó a casa en una caja de cartón 4 mil 428 días después, en 1996. Luis Fernando fue el desaparecido 329 por motivos políticos en Colombia. “Él siempre fue muy solidario con los pobres, pero vine a saber que Luis estaba comprometido con la izquierda, a raíz de un campamento en Ancón en el 84 (marzo), que era un encuentro mundial de la juventud marxista – leninista y Luis Fernando era el secretario nacional”, cuenta Fabiola. Y fue por estos nexos con la izquierda que Luis Fernando Lalinde desapareció ese octubre del 84.
Comenzó entonces un calvario en la vida de Fabiola Lalinde, una búsqueda ininterrumpida de la verdad y la justicia. Ayudada en un principio por Héctor Abad Gómez y posteriormente acompañada por numerosas ONGs, la verdad solo la logró conocer por testimonios campesinos, los cuales afirmaban que Luis Fernando fue torturado desde las 5:30 de la mañana hasta las 6 de la tarde del 3 de octubre de 1984, por ocho miembros del Batallón Ayacucho del Ejército, perteneciente a la VIII Brigada de Armenia, en la vereda Verdún, ubicada en el municipio de Jardín, Antioquia. El Estado colombiano nunca aceptó esta versión de los hechos, solo confirmó la captura de dos guerrilleros en la “Operación Cuervos” llevada a cabo en esa fecha: alias “Aldemar” (quien más tarde Fabiola confirmó era un infiltrado) y la muerte por un supuesto intento de fuga de un NN, alias “Jacinto”. En 1987 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, organismo perteneciente a la OEA, expidió la primera resolución en la historia del país en la cual señala como responsable directo al Estado colombiano por el arresto y la desaparición de un civil, en este caso, Luis Fernando Lalinde Lalinde. Ante la gravedad de estos cargos, el estado allana la casa de Fabiola y “encuentra” dos kilos de cocaína pura. Fabiola y su hijo Manuel son encarcelados, pero tras demostrar su inocencia, son liberados 12 días después. En estos 12 días en la cárcel del Buen Pastor, a Fabiola se le ocurre la idea de la “Operación Cirirí”, ella dice “como un cinismo hacia la Operación Cuervos”.
Solo hasta 1992, por el cambio del Juez de Instrucción Penal Militar que llevaba el caso, realizó la exhumación del cadáver de alias “Jacinto”, y tras una prueba con resultado negativo de ADN en Colombia -esta tecnología aún era muy precaria en el país-,  se realizó una prueba de ADN en la Universidad de Berkeley en Estados Unidos. Los resultados confirmaron lo que Doña Fabiola ya sabía: que el supuesto NN, “Jacinto”, era en realidad su hijo Luis Fernando. Pero los obstáculos puestos por el estado continuaron otros cuatro años, hasta que en noviembre de 1996, gracias a la presión nacional e internacional, la VIII Brigada de Armenia hace entrega de los restos de Luis Fernando Lalinde Lalinde a su madre.
Hoy, 26 años después de la desaparición de su hijo, Fabiola sigue luchando por la defensa de los derechos humanos en Colombia. Declara que pertenece a la ONG “la invitada”, con esto quiere decir que no pertenece a ninguna ONG en específico, sino que ella asiste como independiente todos los eventos a los cuales la invitan. Una defensora de los derechos humanos sin ONG: algo atípico, la verdad. Sin embargo, cabe aclarar que es miembro del Movimiento de las Víctimas de Crímenes de Estado, Movice; y asiste a eventos organizados por este movimiento como miembro activo.
En cuanto a ideología política, dice que pertenece al “partido de las mamás”, refiriéndose a que lo único que busca es hacer escuchar el dolor de todas las madres de Colombia que han tenido que pasar por situaciones similares- o peores- a las suya. Aún vota, aunque considera que en Colombia” hay sentido de partido pero no hay sentido de país… si esto no cambia, nunca habrá una verdadera democracia”. Un comentario atípico, pero cierto. Y es que ¿qué otra cosa se puede esperar de una mujer como Fabiola Lalinde? Una mujer adelantada a su época, persistente, contestataria. Una mujer que por motivos desafortunados e indeseados, terminó sabiendo más de leyes que algunos juristas y más de medicina forense que algunos médicos. Una mujer, en todos los aspectos, atípica. Pero al fin y al cabo, una mujer real.

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