Más vendedores que compradores en las calles de Coveñas


Por ESTEFANÍA CARVAJAL RESTREPO
Medellín, 7 de Julio de 2011
Unos cuantos kilómetros de playas de arena oscura y mar, apacible en las horas de la mañana y furioso en las horas de la tarde, atraen en las vacaciones de mitad de año, en diciembre y en la Semana Santa católica a cientos de turistas del interior del país que buscan brisa, sol y descanso. Hoteles, cabañas y apartamentos sirven de refugio por unos días a paisas, cachacos y santandereanos, mayoritariamente.

Coveñas, municipio del departamento de Córdoba, ubicado en el Golfo de Morrosquillo, tiene como principales actividades económicas el turismo y la pesca. Así, en un lugar donde la política poco hace para ayudar a los pobladores, hombres y mujeres recurren al método del rebusque para llevar a sus hogares el pan. Artesanías, deportes acuáticos, masajes, trencitas, carpas, gafas, sombreros, salidas de baño, helados, camarones y ostras; agua, cerveza y limonada, motos acuáticas, panelitas de coco, aceite de coco, dulce de coco, anillos y manillas de coco. Los turistas son consumidores en potencia de la infinidad de productos que se ofrecen en las playas de Coveñas, más atestadas hoy en día de vendedores que de compradores.
Jairo Ramos, uno hombre moreno de aproximadamente 40 años, es nativo y poblador del municipio de San Antero, recorre desde hace 18 años las ardientes playas de Coveñas para vender  el famosísimo coctel de camarón. “Si la temporada es buena, se puede vender 300 y hasta 400 mil pesos en un día”, indica Ramos, quien enfatiza que la temporada de mitad de año sólo dura aproximadamente quince días pero que en realidad es muy “fría”, comparándola con la época vacacional de enero. No obstante, en ‘temporada fría’ “hay días que no se vende ni un coctel, se va uno para la casa sin vender nada”, puntualiza Ramos. “En este negocio se gana mitad y mitad”, cuenta el ‘sevichero’, como comúnmente los lugareños llaman a los vendedores de cocteles. Jairo relata que todos los camarones son frescos, del mismo día, pues es bien sabido que con la comida de mar debe tenerse un especial cuidado y control. Ramos compra los camarones directamente a los pescadores de la ciénaga, y la libra puede costarle hasta 12 mil pesos; no obstante, en el mes de octubre “el camarón de ciénaga desaparece, y toca comprar el camarón traído de Venezuela”, por lo cual el precio se eleva hasta 17 mil pesos por libra.
‘Cevicheros’ como Jairo Ramos hay muchos otros. “Nosotros nos respetamos, es decir, si yo vendo aquí, ellos me respetan mi gente”, afirma Jairo, para quien la competencia no es un problema. Jairo está carnetizado y abalado por la alcaldía de Coveñas como “vendedor de cocteles”; empero, Ramos piensa que “eso es pura política, uno saca eso y ya, ahí se acabó, todo el mundo viene a vender aquí sin carnet ni nada”. En este municipio de caseríos por una parte y hoteles por la otra, los vendedores ambulantes son libres de ejercer su trabajo sin ser supervisados ni “molestados”, incluso aquéllos que venden comidas tan delicadas como los camarones, las ostras y el ‘chipi chipi’. Según Ramos, Espacio Público únicamente “pone problema” cuando alguien se asienta en algún lugar con carpas o con toldos.
Llevando una nevera de icopor vestida con los colores y el logo de Crem Helado, Robert Lans, colombiano y sucreño de pura cepa -a pesar de que su nombre ilustre todo lo contrario-, hace sonar una campanita que para los niños significa gloria congelada y para los padres más gastos. Robert tiene sólo 22 años, pero hace seis que vende conos y paletas por las playas de Coveñas y hace dos que es padre de la pequeña Taliana. Lans vive en Lorica, municipio que se separa de Coveñas por 40 minutos de viaje y 4 mil pesos de transporte público. “En una buena temporada, puedo ganar 50 o 60 mil pesos diarios”, puntualiza Robert, e indica que el negocio con la empresa Crem Helado es como un “credicontado”, pues los vendedores se llevan los productos en la mañana y por la tarde vuelven con el dinero de lo que vendieron y los helados que sobraron. Sin embargo, en temporada baja el negocio no funciona y Robert Lans debe recurrir al rebusque para poder alimentar a su hija. “Hay gente que no le gusta comer helado sino tomar agüita de coco, entonces uno les consigue los cocos y le pagan, se lo rebusca”, culmina Robert.

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