Pasión y necesidad: La lucha del arte al aire libre en Medellín


Por JAIME ANDRÉS FLÓREZ SUÁREZ
Medellín, 20 de julio de 2011
Los artistas al aire libre le dan vida a Medellín, convierten sus calles y parques en escenarios, y dibujan sonrisas en los rostros de la gente del común, pero para lograrlo tienen que luchar a diario, en una ciudad donde reciben poco apoyo de sus gobernantes y donde cada vez les reducen más sus espacios. Al caminar por el centro de la ciudad, es común encontrar mimos, músicos, comediantes, teatreros, payasos y cuenteros. La mayoría de ellos son empíricos y lo hacen tanto por pasión como por necesidad. Cada uno tiene una historia que contar sobre su vida, la forma como descubrió el arte, los sacrificios y las adversidades que ha enfrentado en su trabajo, pero también sobre las satisfacciones y alegrías que éste le ha dado.
La travesía de El Carángano
Denis Gómez-Cáceres Ramírez es de Venecia, Antioquia, y tiene 47 años; Álvaro Bello García es de Palmira, Valle del Cauca, y tiene 52. Se conocieron en Bogotá en 1983, en ese entonces, él estaba vinculado a un grupo de teatro al aire libre y ella estudiaba en la Universidad Distrital. Al siguiente año crearon el grupo de teatro al aire libre El Carángano, según Álvaro, para ayudar a suplir la necesidad de recreación que tienen las personas en las ciudades convulsionadas. Empezaron un recorrido que lleva ya casi 30 años y que los ha transportado por muchos municipios, ciudades y departamentos. Han estado en Quindío, Risaralda, Valle del Cauca, Tolima, Antioquia, Cundinamarca, Santander, La Guajira, Córdoba, Bolívar, Sucre, Atlántico, Magdalena, entre otros. A Medellín han venido tres veces, en 1.989, en el 2.000 y regresaron en el 2.010.
Para ellos teatro al aire libre es una forma de vida. Se levantan en la mañana, ensayan una o dos horas, luego hacen una “proyección”, es decir, se presentan y promueven en universidades, colegios, sindicatos o en los barrios, con las Juntas de Acción Comunal.
Sus espectáculos los construyen basándose en investigaciones y experiencias previas vividas por todo el país, en las costumbres, lenguajes, formas de hablar, comida, vestuarios, fiestas populares y tradición oral de cada lugar que han visitado. “Hemos estado en cada región del país por un año o dos, nos hacemos amigos de otros artistas, discutimos nuestras problemáticas y vamos aprendiendo, nosotros estamos estudiando permanentemente”, afirma Álvaro.
Sus obras son muchas, aunque actualmente sólo presentan siete: “Domitilo, el rey de la rumba”, “El Guapo de Cascadura”, “El tumbis, turumbis tumbis”, “La loca Esperanza”, “El carnaval del hijo de los calzones”, “Pedro Rimales” y su obra de cuentos narrados, “Bolívar y San Martín en la tradición”. Sienten su labor no como una obligación, sino como una pasión, y consideran que hacen teatro para los pobres, sin excluir a nadie. “En la sala unos pagan más porque están en primera fila, otros menos porque están lejos del escenario, en cambio en el arte al aire libre no, todos somos iguales”, comentan el par de artistas, agregando que “la gente ya no tiene acceso a las expresiones culturales porque se han privatizado”.
Su situación económica es difícil, una lucha diaria por vivir del arte, pero para ellos, lo más complicado es la persecución de las autoridades y la falta de apoyo del Estado. “Nosotros nos hemos impuesto, a pesar de que nos han encerrado, nos han quitado los vestuarios y nos han sometido a malos tratos”, dice Álvaro, y añade que “no hay una política cultural acorde con las necesidades de los artistas en Colombia”. Les piden permisos de Espacio Público que son muy difíciles de conseguir, e incluso los han llamado “traficantes del espacio público”.
Denis y Álvaro comparten algo más que su pasión por el teatro y su labor artística, ellos son pareja y conforman una familia. Tienen 5 hijos, entre los 16 y los 27 años, 3 hombres y dos mujeres, de los que se tuvieron que separar y dejarlos al cuidado de sus abuelas, unos en la Costa Atlántica y otros en Bogotá. “Hay compañeros que tienen que andar con sus familias por todo el país, porque les reducen los espacios para presentarse, tienen que sacar a los niños del colegio y las familias se dividen”, dice Denis.
El grupo de teatro al aire libre El Carángano planea continuar su viaje por todo el país, su siguiente destino es Bogotá, donde empezaron su travesía, y continuarán con la aventura de aprender y dar a conocer el teatro de los pobres para los pobres.
Una tarde con los viajeros del teatro
Es una tarde de lunes del mes de mayo en el parque Bolívar. Detrás de la estatua de El Libertador, Denis y Álvaro se preparan para empezar su espectáculo. Mientras él, sentado sobre un barril de plástico de color azul, afina su tambor, golpeándolo en repetidas ocasiones con un palo y una piedra, ella se maquilla, pinta su cara de blanco y arregla la utilería y el vestuario, poniéndolos sobre una manta anaranjada desplegada en el piso.
La gente empieza a llegar, la mayoría ya conoce al grupo y su trabajo, personas de todas las edades e incluso algunos habitantes de la calle se sientan en las bancas de esa parte del parque y la gradería, sobre la cual Simón Bolívar monta a Palomo, su caballo. Denis comienza a calentar, estira su cuerpo, hace saltos y piruetas mientras Álvaro pinta su cara de amarillo, toca su tambor y le pide a un habitante de la calle que se ponga la camiseta, porque según él “cuando alguien va a teatro tiene que ir bien vestido”.
A las 3:30 de la tarde comienza la función, en un día normal iniciaría media hora después, pero la impredecible lluvia los obligó a modificar sus horarios. Denis toca un par de maracas al ritmo del tambor de su compañero, y hace la presentación del grupo: “Muy buenas tardes damas y caballeros, el grupo de teatro El Carángano los invita a que se dejen llevar por el mundo de la fantasía y la ilusión”.
La primera obra del día es “El Guapo de Cascadura”, que cuenta la historia de un hombre que cree equivocadamente ser quien manda en su casa, por encima de su esposa. Denis cambia repetidamente de personaje y de vestuario, mientras que Álvaro sigue con su pantalón café, su camiseta sin mangas y con dibujos de flores y su gorro. Sus actuaciones están llenas de expresión, música, saltos y movimientos rápidos y ágiles, a los que el público responde con risas y dejándose contagiar de la alegría de la presentación. La obra dura aproximadamente 20 minutos, cuando termina, Álvaro anuncia que “en este teatro acostumbramos a cobrar a la salida” y su compañera pasa pidiéndole la colaboración voluntaria al público.
La siguiente obra, “El tumbis, turumbis tumbis”, narra la historia de un médico estafador que promete regresarle la juventud a una anciana. En la mitad de la función, la lluvia amenaza con dañar el espectáculo, pero finalmente se arrepiente. La última obra de la tarde, “Domitilo, el rey de la rumba”, curiosamente refleja algunos aspectos de la vida de los artistas al aire libre, pues cuenta las vivencias de Domitilo, un hombre que acosado por dificultades económicas decide tocar su tambor en las calles, pero las autoridades se lo impiden, por lo que resuelve ir al cielo a hablar con Dios para que le autorice su labor.
El espectáculo termina a las 4:35 de la tarde, nuevamente piden la colaboración voluntaria del público, le agradecen y se despiden en medio de aplausos, guardan su vestuario y utilería en un par de maletas y se van del parque, al que volverán mañana, como lo vienen haciendo desde hace un año.
El mimo Jimmy, un líder entre risas
Jaime Alfonso Muñoz Lozano tiene 36 años, nació en Condoto, Chocó y es popularmente conocido como “El mimo Jimmy”. Su vocación de humorista empezó como una forma de pasar el tiempo cuando vivía en Concordia, Antioquia, hasta que se dejó conquistar por el arte de la imitación. Llegó a Medellín a ejercer su labor de comediante hace 17 años, y desde entonces se ha presentado en distintos escenarios de la ciudad, como los parques San Antonio y Berrio, la Plaza Botero, el estadio Atanasio Girardot, El Pueblito Paisa, entre otros.
Su objetivo es hacer que la gente “estalle” de risa, por eso se dedica a hacer humor cotidiano, con mucha improvisación, sobre temáticas que le llegan a la gente y a la comunidad popular, como el día a día de los pobres, los ricos, la moda, las formas de caminar, los dialectos, en fin, las costumbres de la gente del común.
Jimmy sostiene económicamente a sus dos hijas con su espectáculo humorístico. En una de sus presentaciones, que puede durar cerca de dos horas, gana entre $30.000 y $50.000. Jaime dice que “es una labor que no se puede ejercer todos los días, sea por el clima, el estado de ánimo del artista o la persecución de Espacio Público”. El mimo cuenta que hace unos años se podía presentar en distintos lugares, pero ahora esta entidad sólo le permite exhibir su función en el parque San Antonio, y aclara que hay temporadas buenas como la Feria de las Flores o diciembre.
Jimmy es también un líder dentro de los artistas al aire libre de Medellín, y está intentando organizarlos, porque según él “por falta de organización no disfrutamos de oportunidades que la Alcaldía nos podría brindar”. Por eso creó el Club de Amigos del Arte al Aire Libre, y una base de datos que reúne a 28 artistas de la ciudad, entre los que hay cuenteros, teatreros, comediantes, payasos, mimos y músicos. Sin embargo, por carencia de recursos económicos no ha podido legalizar su proyecto de organizar el gremio, aparte de que la rivalidad y la competencia que existe entre algunos artistas también dificulta el propósito.
Jaime denuncia que por la persecución de Espacio Público, muchos de sus compañeros se han ido para otras ciudades, o se han desplazado de los parques, los bulevares y las grandes avenidas, a los buses o los semáforos, de donde Espacio Público también los expulsa. Asegura también que cuando les conceden los permisos para trabajar, los mandan para lugares que no son viables para su labor. El mimo Jimmy se postuló como candidato al Concejo de Medellín para las elecciones de octubre de este año, por el Partido de Integración Nacional, y espera ser elegido con el apoyo de su público.
Un espectáculo de domingo con el mimo Jimmy
Después de una corta precipitación, las nubes se calman y le autorizan al mimo Jimmy empezar su espectáculo en una esquina del parque San Antonio, donde las escaleras para acceder al lugar le sirven de gradería al público. Se pinta la cara de blanco, el mismo color de su camiseta, que con un pantalón azul, unos zapatos verdes y una gorra puesta de medio lado, completan su vestuario. Finalmente se acomoda su micrófono de diadema inalámbrico, y ubica adecuadamente un parlante en la mitad del improvisado escenario, mientras la gente llega y se sienta. A las 5:00 de la tarde empieza la función.
Su espectáculo está lleno de humor negro, irreverencia, improvisación e interacción con la gente. Habla de mujeres, drogadicción, homosexualismo, matrimonio, noviazgo, pobres, ricos, siempre recalcando que no quiere ofender a nadie. También se burla de su público y los transeúntes descuidados que pasan por su lado, y a los que Jimmy, sin perder oportunidad, imita, y exagera su forma de caminar o hace comentarios sobre su aspecto físico. La gente viene y se va, pero el lugar siempre se mantiene lleno, entre 200 y 300 personas disfrutan de la función, y la mayoría de ellas no para de reír.
El público es diverso, hay una gran cantidad de afrocolombianos, algunos habitantes de la calle y hasta policías, de quienes Jimmy también se burla diciendo: “Los policías muertos de la risa aquí y los ladrones riéndose en el parque Berrio”.
El mimo pasa un par de veces con su gorra, pidiéndole a sus espectadores una colaboración económica voluntaria. Sin dejar de entretener a la gente, aprovecha para promocionar su candidatura al Concejo de Medellín. La función termina a las 6:30 de la noche, luego de una hora y media de constante diversión, la gente se va con una amplia sonrisa en sus rostros, y Jimmy con el sentimiento de haber cumplido con su deber, que como él dice “es hacer que la gente estalle de risa”.

Desde la Alcaldía no hay apoyo
El apoyo y el trabajo de la Alcaldía de Medellín con los artistas al aire libre son casi inexistentes, pues si bien hay programas dedicados al arte y a la cultura, no están dirigidos directamente a este grupo de personas.
Desde la Secretaría de Cultura Ciudadana se adelantan proyectos como Medellín, un gran escenario, que “promueve las diferentes expresiones artísticas, culturales y recreativas que se dan en la ciudad”, según proclama la definición que le dio la Secretaría a la iniciativa, para lo que crearon un directorio de artistas, no necesariamente al aire libre, que utilizan para actividades ocasionales de la ciudad, como la Feria de las Flores. Existen también otros proyectos que reciben fondos de la Alcaldía, como la Fundación Circo Medellín y Circo Momo, que trabajan con poblaciones vulnerables, especialmente niños y adolescentes, promoviendo el arte y la cultura, en los que eventualmente se podrían incluir artistas al aire libre pertenecientes a estas poblaciones.
Según Daniel Botero, funcionario de la Secretaría de Cultura Ciudadana, se les ha pedido a estos artistas que se organicen, pero por ahora “no tenemos nada con esa población”, confirma Botero.
Por parte de la Secretaría de Bienestar Social tampoco existe un programa dirigido a los artistas al aire libre, aunque sí los han incluido en proyectos ocasionales, como en las pasadas elecciones, cuando contrataron a un grupo de intérpretes de rap y hip-hop para que invitaran a votar a la gente, en los buses y en las calles. Según Catalina Gómez, funcionaria de esta Secretaría, “los vinculamos a algunas campañas, pero la Alcaldía promueve primero el trabajo formal”.
Espacio Público y los artistas
La Defensoría del Espacio Público es la encargada de regular, recuperar y mantener el orden en los espacios comunes de la ciudad. Desde allí se estudian y conceden los permisos para el uso de dichos espacios. Sandra Piedrahita, quien trabaja en esta entidad, explica que la situación con los artistas al aire libre es un problema de falta de organización por parte de ellos y asegura que “alguna vez se agremiaron, pidieron permisos transitorios, pero no volvieron a hacer la gestión para renovarlos”.
Otra de las dificultades es la saturación de “rebuscadores” que hay en el centro de la ciudad, la zona más solicitada no sólo por artistas callejeros, sino también por vendedores ambulantes. Por tanto, fue expedida una resolución que congela los permisos para trabajar en estos sitios, y a quienes los piden se les asignan otros lugares, en zonas que sean viables, pero que obviamente no tiene tanta afluencia de personas y público potencial como el centro de Medellín, de ahí las quejas de los artistas al aire libre. Piedrahita dice que “ellos piensan que donde está el tumulto, está la plata, no ven que en el centro hay mucha competencia”, y añade que “a veces no hay cama para tanta gente”. Además hay otros actores involucrados en la situación, y que se pueden ver afectados por la actividad de estas personas, por eso, está prohibido presentarse cerca de bancos, entradas a centros comerciales, hospitales, entre otros.
Espacio Público también ha tenido inconvenientes en diciembre, pues los alumbrados navideños que decoran las zonas aledañas al rio Medellín, se han convertido en una atracción que reúne mucha gente, y por tanto, los artistas también se hacen presentes allí. El problema, según la funcionaria de Espacio Público, es que muy pocos realizan el trámite apropiado, que comienza desde septiembre, para obtener el permiso requerido, en cambio en temporada navideña, llegan muchos artistas a exigir un espacio. “Tenemos que ejercer control porque ellos intentan omitir una serie de normas”, asegura Piedrahita, quien aclara que todos tenemos derecho a hacer uso y disfrutar el espacio público, pero no a usufructuarnos de éste, por eso la Defensoría del Espacio Público tiene que mantener el equilibrio. Finalmente, concluye Piedrahita, “si una persona no tiene permiso, no puede hacer uso del espacio público de esa manera”.
Si bien el Estado colombiano le apuesta muy poco al arte y la cultura, y menos aún a las expresiones de este tipo realizadas al aire libre, es importante que los artistas se unan, se organicen y luchen para recuperar sus espacios, y para recibir el apoyo que se merecen por esa hermosa labor, de poner a las personas del común en contacto con una realidad más amable, y por dibujar tantas sonrisas en sus rostros, sonrisas que refrescan el alma de un país lleno de tristeza y angustia.

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